Babel, mi mundo, mi barrio, el lugar donde mi infancia transcurrió feliz. Tiempos en que dolía la panza de tanto reírse y si alguna lágrima desorientada llegaba, siempre había alguien dispuesto a evaporarla a toda prisa. Afectos inmensos que rellenaban algún hueco vacío del alma. Épocas inocentemente perfectas en las que la tristeza no tenía un lugar para acomodarse y se veía obligada a emigrar.
Tal vez el deseo de estas historias demasiado simples sea lograr que cada uno de ustedes traiga ante sus ojos a su propio Babel, porque todos tuvimos uno, sólo que nuestra madurez, siempre en alerta y muy ocupada en sus enmarañadas cuestiones, no tiene tiempo para recordar.
Quizás en aquellos años mi visión era un tanto sesgada, quizás Babel no era tan perfecto, pero en estos tiempos que justamente lo que nos falta es eso, en los que corremos sin saber muy bien porqué o para qué; en esta realidad en la que todo tiene que tener un sentido o una utilidad, incluso el amor; donde la paz es una especie en extinción, necesito con urgencia rememorar y compartir la magia de mi Babel…
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