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Llegando de la escuela

Nov 8, 2023

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Miraba a Julia por la ventana y podía quedarme horas colgado en esa posición, con la mirada fija a través de la ventana de su casa, al otro lado de la calle. Siempre concentrada, seria y divertida, su pelo colorado no paraba de llamar mi atención. Mi pista de autitos quedaba en espera, no me salía otra cosa que verla ser.

Solamente teníamos un horario donde coincidíamos en la vereda, cuando yo llegaba de la escuela y ella también volvía caminando con su mamá. No sabía que existían otras escuelas, tuve que preguntarle a mi papá dónde quedaban. Descubrí donde quedaba la suya, la 248. No era lejos, me gustaría acompañarla.

Con el tiempo mi papa empezó a saludar a la mamá de ella. No podría estar más contento, eso me acercaba considerablemente a ella. Mariana se llama, tampoco es de sonreír demasiado, yo lo noto muchísimo a eso en mi papá, su cara no pudo ser la misma después de lo que pasó con mamá. Eso me hizo comprender que es necesario para fabricar una sonrisa. Entendí que era más difícil de lo que parecía.

Un día nos encontramos los cuatro en el chino de la vuelta. Me puse más rojo que el pelo de Julia. Mi papá y su mamá se saludaron, ella le preguntó si sabía que estaba pasando con el camión de la basura que no estaba pasando, mi papá le respondió que habían cambiado de horario. No sé si era cierto, en realidad él siempre tiene una respuesta para todo. Así me explicó que funcionaba el tema de ser hombre.

Cuando se dieron vuelta después de saludarse, Julia me sonrío, y ahí cambió todo para mí. Volví a mi casa y me fui directamente a la pieza a mirar el techo. Imaginé mil millones de escenarios en donde la invitaba a jugar a mi casa. ¿Le gustarán los autitos? Este que tengo, el que parece un Fórmula 1, capaz le guste, a mí me encanta, pero, ¿a las nenas también?

En la cena le pregunté a mi papá qué era estar enamorado. Lo había escuchado en los dibujitos, ahí siempre se enamoran y se vuelven estúpidos, parece que no saben hacer otra cosa que no sea por una chica. No sé si era lo que quería yo, pero ¿a qué otra cosa se parecía lo que me pasaba con Julia?

-Mmm no se hijo, me dijo mi papá.

-Dale, pa, vos estuviste enamorado, ¿no? ¿de mamá estabas enamorado?

-Si, por supuesto. A ver, estar enamorado es cuando, de la nada, dos personas se miran y solo les sale sonreír.

Esa noche no pude cerrar un ojo de la alegría.

Creo que estaba convencido de que Julia y yo estábamos enamorados. Digo, ¿había otra forma de explicar lo que había pasado en el supermercado? Yo no la encontraba, y no quería otra respuesta posible que no sea que estaba enamorado de ella.

Pensé en pedirle a mi papá que le diga a Mariana que la invite a merendar a mi casa. Después de la escuela, era el momento ideal: nos cruzamos, le decimos, y a los 20 minutos está en mi casa, tengo muchos juguetes para jugar. Será genial.

Al día siguiente ocurrió el pedido. Llegó el día en que iba a poder jugar con Julia. Los dos en mi casa, le podía mostrar todo lo que usaba para jugar, el patio, lo podríamos hacer correr a mi perro Patote, vamos a tomar la chocolatada con masitas. Va a ser la mejor tarde de mi vida. Ni se lo tuve que recordar a mi papá al momento en que ambos llegamos a casa.

Él cruzó la calle, habló con Mariana. Ella sonrió y gesticuló el sí más convincente de todos.  Corrí adentro a prepararme.

Pasé una hora mirando a la ventana. Nadie salió. Desde que el papá de ella gritó, hace un rato, poco después de que el mio hable con Mariana, no salió más nadie de la casa.

Mi papá me preparó fideos con salchichas, sabía que me encantaban. Apenas comí. Estaba experimentando una tristeza que no podía procesar, comprender, mucho menos aceptar. Evidentemente había sido rechazado. ¿Julia no sabrá jugar con los autitos? Realmente no entendía cómo había pasado esto.

Al día siguiente ella no fue a la escuela. No la crucé. Mejor, no quería verla, me moría de vergüenza. Ser rechazado era incomprensible para mí. Todo lo que buscaba era simplemente hacerla reír. Nunca creí que alguien pudiese rechazar eso.

Le pregunté a Tobías que pensaba. Me confesé en el segundo recreo. Le pregunté si alguna vez le había pasado algo parecido con alguna chica, si había sentido en piel y hueso el rechazo de alguien con quien uno se había hecho verdaderamente esperanzas. Creo que no me entendió, pero contarle eso me hizo bien.

Cuando llegamos de la escuela, la policía se estaba llevando al papá de Julia. Le pregunté a mi papá qué estaba pasando, por qué ni Julia ni Mariana aparecían. Él me metió rápido para adentro de casa y me preparó la chocolatada. Ese día cerró las ventanas.

Cuando salimos para ir a la escuela al día siguiente, Julia y Mariana salieron de la puerta y realmente mi alegría volvió a mi cuerpo. Sonreí y ella captó mi emoción. En la salita fui realmente feliz, otra vez.

A la vuelta, Mariana y Julia golpearon la puerta de mi casa. Ella tenía un paquete de masitas, vinieron a pasar la tarde. Tomamos la chocolatada juntos. Ella se río mucho. No recuerdo haber sido tan feliz alguna vez.

 

Santiago Rios

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