7 de julio.

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... Mientras muchos duermen...

Otros, a San Fermín le piden, por ser su patrón, que les guíe en el encierro y les de su bendición.

Durante unos días, cada mañana, temprano, "con la fresca, decían los padres, que hay que aprovechar antes de que llegue la calor" (lo malo era que la calor llegaba y el personal no dejaba la hoz ni el tajo. Sin tregua). Sigo: en este mes, durante unos días, en la conocida ciudad del norte, se da la ceremonia festivo religiosa del cántico, periódico enrrollado en mano, que precede a esa inconsciente tradición de jugarse la integridad física, incluso la vida, corriendo delante y al lado de unos animales de quinientos kilos que no saben lo que pasa ni donde van ni por qué todo este despropósito.

El ser humano muestra su estulticia de muchos modos, pero este es uno de los más famosos.

Luego, a la tarde, sangre y arena, alcohol y jarana, mientras unos mueren torturados, otros disfrutan desde las gradas haciendo honor y gloria a la sinrazón y la crueldad.

No hay constancia histórica de la existencia del tal Fermín, pero eso no importa. La leyenda es lo que cuenta. El rojo pañuelico, atado al cuello, parece que quiera ser metáfora del supuesto degollamiento del venerado santo. Podrían, los que festejan la barbarie, clavarse banderillas en los omóplatos.

En breve, según escribo esto, unos correrán por gusto, otros no sabrán por qué, y, otros, por la prisa de atender a los heridos (siempre los hay).

Orgullos patrios.