5:30

Eran las 5:30 de la madrugada.

El último vestigio de estrellas resistía,

antes de que el sol las fulminara con su luz

y las dejara en silencio.

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En aquel momento pensé…

todo lo que observo lleva allí millones de años,

y sin embargo permanece,

como si nada pudiera tocarlo.

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Era la eternidad posándose sobre mis ojos,

que apenas tenían veintitrés.

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¿Cuánto viviré yo?

A lo sumo cien años…

¿y si fueran setenta y tres?

Entonces solo me quedarían cincuenta,

quizás cuarenta y nueve.

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Cuando ese día llegue,

todo lo demás seguirá aquí.

Como si yo nunca hubiera estado.

Incluso si mis huellas duraran siglos,

el tiempo las borraría,

y me volvería nada.

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Entonces…

¿de quién es este cielo?

¿de quién la luna y el sol?

¿de quién las estrellas?

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Todo esto debe tener un “quién”,

porque de otro modo…

¿Qué sentido tendría estar,

sin primero ser?

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Quizás...

Soy una estrella más.

Soy el cielo infinito.

Soy lo efímero frente a lo absoluto.

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Soy tantas cosas

que hablan tan bien de alguien

a quien no conozco.

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Y lo único en común

que comparto con los que sí,

son estas dos preguntas:

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¿De quién soy?

¿Quién eres?