Empieza a escribir gratis en quadernoPablo Bernabé Céspedes
Sábado al fin. Cuarenta y tres minutos para las siete de la mañana. Estoy en el 406, sentado en el segundo asiento de la fila de butacas individuales. Amo no compartir asiento. Desde acá, a dos metros y medio, me puedo ver en ambos espejos retrovisores.
En el espejo central, puedo verme desde un plano americano. Este plano solía usarse en western para mostrar el cinturón donde se llevan las pistolas. Llevo un trench de pana que me estiliza y disfruto mucho llevar puesto, sobre todo cuando el viento hace flamear los flaps. Hablando de flaps, hago el gesto de correr ésa parte del saco para acceder al bolsillo a lo John Wayne. Yo solo llevo navaja, como precaución después de la vez que me robaron.
La fila de asientos reflejada va en diagonal de esquina a esquina en el espejo, similar a cuando el logo del DVD por fin llegaba a tocar el vértice, naturalmente la escena se enmarca con una lectura en forma de zeta. Una toma esplendida para retratar. En el espejo redondo sobre la puerta de ingreso me veo en primer plano, la circunferencia del recipiente temporal de mi imagen lo hace parecer como una foto de perfil de red social. Estoy totalmente consciente de que no soy hegemónicamente atractivo, pero una parte de mí no puede evitar tirar rostro y posar siempre que me veo reflejado en algo. Dorian Narciso Gray.
Pasamos por calle Almafuerte que siempre me recuerda un nombre y una canción de la banda homónima. Luego de serpentear entre el barrio, finalmente sale a la avenida Rosas.
Vengo de fichar salida del turno de la noche en la metalúrgica. Fue una noche movida pero logré ejecutar todo el plan de acción que diagramé al iniciar la jornada.
Hablando de westerns, tengo la mirada característica del vaquero, con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados como si mí alma espiara a través de una persiana americana. Estoy fotofóbico como siempre, aunque un poco menos que de costumbre, sobre todo teniendo en cuenta que solo dormí 3 horas.
Tengo una espina de metal en la media que me pincha cuando apoyo todo el peso en el pie, sumado al corte entre el meñique y el anular del pie derecho, que punza cuando camino, como si ambas partes de la herida fueran un acordeón que tensa las fibras de la piel hasta romperlas. El tire y afloje hasta romper: metáfora de la paciencia también.
Tener pies planos no ayuda, así que ni bien baje, voy a sacar la esquirla para poder caminar. Me duelen las manos. Las tengo grasosas y llenas de microcortes. Mamá solía decir que tengo manos de pianista aunque siempre pensé que tengo los dedos cortos como para eso -tuve una etapa en la que me defendía muy bien tocando el piano. Hoy con las manos inflamadas, toscas, agrietadas y callosas no sé si podría tocar. Parecen los dedos de una tortuga ninja. Ni mis manos ni yo somos los mismos.
Si les dijera que hubo tormenta ayer, no me creerían porque ahora mismo el clima está hermoso. Sol y frío, como a mí me gusta. El cielo parece un mil hojas.
Hay nubes amenazantes y congeladas de fondo, entre medio algunas se mueven apenas perceptibles y más cerca -o quizás más bajo- nubes menos densas se mueven raudamente. Me recuerda a la animación con celuloides donde su utiliza un fondo que está estático y los personajes se mueven alternando diferentes capas de láminas que en sucesión, llevan impreso el movimiento. Siento que podría sumergir mí cara en el cielo y salir estampado, como el arte Ebru de la pintura suspendida en agua de Turquía.
Suena Joji con "Slowdancing in the dark" en mis auriculares; el arpegio que chapotea sobre el colchón de pads del sintetizador me calma bastante. A medida que nos movemos por la ciudad, el sol del alba tiñe de dorado el interior del colectivo y la luz que se refleja de las vidrieras centellea sobre las pieles de los laburantes mientras las sombras de los marcos de las ventanas del vehículo danzan deslizándose sobre nosotros como los bordes de las cintas de película de antaño. La oreja de la señora que viaja frente a mí muestra pequeñas venas y capilares al radiografiarse por el sol, simil a lo que ocurre cuando el sol atraviesa una hoja y se ven las nervaduras.
Algunas piedras destacan con relieve sobre la llanura del asfalto como un braile para los neumáticos, que a su vez como si fueran un bolígrafo dejan estampados jeroglíficos al pasar por eventuales charcos y trasladar el agua a la parte seca de manera casi litográfica; de hecho, así se inventó la birome: al ver una pelota pasar por un charco y dejar un rastro.
Las salpicaduras de los charcos al estilo Pollock escriben el idioma de la urbe al amanecer sobre Ruta 4. Intento reconocer mí perfume entre la mezcla barroca de esencias y calor humano. Describiría el sabor de mí chicle pero hay quedado insípido a esta altura del viaje.
Pero toda esta verborragia es una excusa. Me estoy anclando. Cinco cosas que pueda ver. Cuatro cosas que pueda tocar. Tres cosas que pueda oír. Dos cosas que pueda oler. Una cosa que pueda saborear.
Me corrió un escalofrío por columna como un rayo. Soy una liebre que acaba de ver un puma asomarse entre el pastizal. Un venado viendo como una bola de metal incognoscible se le acerca a 120 kilómetros por hora por la ruta sin poder moverse como en las parálisis del sueño.
Subió una chica que podría ser el doppelganger de la única mujer que amé, oficialmente, claro. Suena ridículo ahora pero incluso pensábamos casarnos. Hasta habíamos elegido nombres para los niños: Vincenzo, Constanza. Mismo estilo de marco de anteojos, misma arruga al sonreír, ojos almendrados también. Ahora entiendo a Alex Turner cuando escribía Cornerstone.
Pero por suerte no era la que comparte nombre con la canción de Clairo. Para colmo de la broma divina en la que me veo envuelto , la combinación de sus dos nombres significaba "nacimiento de la sabiduría". Esa época feliz terminó por mi irresponsabilidad. Siempre de joda, alcohólico e inmaduro. Hoy voy para 3 años sobrio. Sin drogas recreativas. Ni siquiera cigarrillos.
He tenido mi cuota de golondrinas, caprichos y tiros fuera del blanco, platónicas, no recíprocas, casi algos y musas. Mí intento más reciente ha marcado el fin de una era y mi retiro del juego, esta vez definitivamente.
Para cuando aprendí la lección, resultó ser como decían en Eclesiastés 1:18; "Porque en mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor".
Que esta reacción tan visceral no engañe: esta extraña no es Ella y a su vez, Ella no fue un monstruo. Pero la familiaridad de una cara que conecta con el recuerdo de alguien que yo solía ser me tomó de sorpresa y me descolocó. En si, no extraño a la persona con quién estaba en ese entonces.
A quien yo extraño es a la persona que yo era en ese entonces. Tenía sueños que ya no tengo, ganas que ya no tengo, identidad que ya no tengo. Quería ser un marido. Quería ser padre. Quería ser un abuelo. Quería ser. Podría haber sido. Pero como decía Vilariño: "ya no". Mí duelo no se resuelve porque llevo puesta la cara del muerto.
Paso por Puente 12 y vuelve la calma. El viento hace vibrar las gotas de rocio en cada hebra de pasto como gotas de cristal en un llamador de ángeles. Sé que hay una música oculta en la naturaleza para los que estén dispuestos a escuchar. Quien tenga oídos para oír, que oiga.
Unos pilares de losa adornan las escaleras que brotan entre el pasto como si la tierra se arrancara la cáscara de una herida dejando entrever restos de otra civilización. Derruidos por el tiempo y la intemperie, dejan ver el esqueleto metálico y me recuerdan a los menhires. La pátina que tiene el concreto contrasta con el verde renovado por el maná liquido.
El mundo siempre es más lindo después de la lluvia. Cómo cuando me lavo la cara, la piel se humecta y no parece que llevo 16 horas despierto. ¡Incluso el riachuelo se ve limpio con toda el agua que cayó! Me dan ganas de surcarlo en un longship. De hecho, no estamos muy lejos de la historia, al fondo de mí casa hace 500 años, en la batalla de Corpus Cristi, los querandíes hicieron correr a los españoles. Acá nomás del puente funcionó un centro de detención clandestino. Hoy la patria vuelve a estar en peligro de ser colonia. Vivimos en terreno robado pero no debemos dejar que nos roben.
Bajo en Los Cuatro Ases. Camino entre fábricas, logísticas de dueños Xeneizes y tres telos que por alguna razón son prácticamente vecinos. Me inundan los flashbacks temáticos obligatorios. Cuando su pelo caía como cascada sobre mi cara formando una cortina y su sus ojos eran la única luz que veía. La vez que intentábamos descifrar cómo prender el jacuzzi y casi inundamos todo. Cuando nos quedamos encerrados en la habitación 50 y tuvieron que venir las mucamas y los de mantenimiento a forzar la puerta.
Basta. Eso no existe más. Cierro la puerta y tiro la llave.
Sigo caminando, mientras batallo contra el archienemigo de todo treintañero con entradas: el viento burlón me vuela las chapas, pero también juega con los flaps del saco, tengo el sol de espalda y la sobra que se proyecta en la vereda con el saco flameando se ve épica, como un héroe Byroniano.
Levanto la vista en una esquina triangular, parado entre diagonales observo el horizonte: a la derecha, el campanario y la cruz de la iglesia San Franciso; a la izquierda, detrás de una casa, se asoma orgullosa la bandera ondeando por el ventarrón. Por debajo, a nivel de la calle, una verdulería cuyo cartel lleva el nombre del dueño más la leyenda "e hijos". Por la posición de cada uno, reconocer por casualidad estos elementos en el horizonte urbano implica un movimiento de la vista que emula casi el acto de persignarse. Campanario-Bandera-"e hijos": Dios, Patria y Familia. Yo no tengo dios. A veces, no estoy seguro de tener patria tampoco. Por suerte tengo familia, aunque mi linaje se termina conmigo.
Camino un poco más y me encuentro con los habitués legendarios: el viejo perro blanco kamikaze que desde hace más de 15 años persigue los autos por avenida Oliver intentando morder las ruedas mientras giran. Un héroe Camusiano que me recuerda a Sköll y Hati por perseguir algo que al alcanzarlo temo que suponga su fin. También lo acompaña el can que yo llamo "el perro punk" un perro lanudo color asfalto que parece una oveja negra y casualmente tiene una cresta de rulos color blanco que lo corona.
En una esquina antes del monumento a la virgen, unos laburantes bajan cadáveres bovinos. Un Milvago Chimango acecha desde el suelo, esperando robar algo. Identificación con el ave rapaz. Yo no consumo carne hace 13 años, pero nos hermana el aguante, el sobrevivir como sea. Aunque yo sea un halcón herido.
Me extirpo del ala la flecha, a lo John Bradmore con Henry V. Pero debo admitir que a veces, sangro por la cicatriz mientras vuelo.
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