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    La llamada

    Oct 17, 2023

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    La llamada
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    La irrupción de la luz hizo que todos volteasen hacia la mesa. El candelabro, en tenencia de la abuela, se balanceaba hasta tocar el techo. Pero los presentes mediando entre lo profano y lo mítico, no soltaron sus manos, esperando que su entereza espantara a los otros siete que venían a observar a la abuela entre las esquinas.

    La tabla sin moverse del centro abalanzó la mesa hacia un costado, chocando con el librero del abuelo, que a esas alturas solventaba un ataque de rodillas, sin cerrar los ojos, porque morir en ese momento significaba perder parte de la verdad.

    La abuela entonces se bajó del candelabro y acomodó la mesa, procurando que las velas a punto de consumirse fuesen cambiadas por otras. Mimosa y enlentecida, dejaba caer las gotas de brea sobre la llama derretida, cada una cayendo en pausa, eterna, que enloquecía a sus nietos. Luego se quedó allí, esperándolos, pero nadie se acercó.  Nada animal.

    Con los ojos entreabiertos la abuela soltó una carcajada. El cachudo de tres metros se golpeaba con el candelabro, y los asistentes con las tripas casi afuera, aferraron a los que a gatas pretendían huir. Un verdadero amor, visto a pocos metros, volvía con los cuernos trizados entre tanta infructífera maldad. El antiguo suspiró con desaire por los asistentes; crías carentes, sin méritos, ufanos en una rectitud sin alma.

    Consigo detrás, el perro apaleado por el abuelo a inicios de los treinta le devolvía con el mismo tenor los cariños recibidos. La abuela sollozando, encontraba su respuesta a todos los desaparecidos, a los juegos ocultos de los niños, y las risitas burlonas luego de hacerla llorar. Los siete entonces se acercaron buscando las mismas caricias; ¡Váyanse de mi casa!, gritó el abuelo una vez más, alzando su machete imaginario. La abuela entonces se acercó a él, acorralándolo, y a vista y paciencia de sus nietos, le quitó el peluquín.

    Las velas se apagaron, y volviendo antes del alba, la abuela acomodó sus huesos en el ataúd. Despertarla antes de comenzar el sueño. Una barbaridad. Los siete se arremolinaron entre sus costillas, buscando sus vibraciones, cerrándose la tapa tras el perro a sus pies.

    El cachudo que por entonces estaba de buenas, rompió la tabla para que nunca más se atrevieran a remover la tierra, hasta el punto de coser las heridas, maquillar los golpes y preparar su dacrilagnia con frutas y cebollas.

    *Imagen de Pexels. Propiedad de Brett Sayles

    Verónica Abir

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