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    4.250 METROS

    Jul 3, 2025

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    4.250 METROS
    Nuevo concurso literario en quaderno

    Hace un rato que venimos caminando entre montañas con Chufa y Facu. El guía dijo que vamos a llegar a los 4.250 metros sobre el nivel del mar. Creo que alguna vez vi una foto de la Laguna Humantay. Me parece que sí. Pero nunca imaginé que iba a estar acá. Y sin embargo, estoy. A casi nada de verla.

    Paramos un ratito para recuperar aire. La altura es jodida de verdad. Esperamos al resto del grupo, y mientras tanto me saco una foto. Para acordarme después que estuve acá. Para cuando esté de nuevo abajo y no me lo crea ni yo.

    Desde lejos se ve una montaña tapada de hielo. El sol parece estar más cerca. ¿Cuánto falta? No tengo idea.

    Pienso en mis pulmones y en mis piernas que se la están re bancando y entonces me doy cuenta: hace mucho que no estaba tan alto. En muchos sentidos.

    Y seguimos. Y sigo. La mente, que suele cagarme bastante seguido, esta vez se sorprende de mi cuerpo. De que esté respondiendo así. De que me sienta tan joven. O mejor: de que me sienta tan vivo. Porque una cosa es estar vivo, y otra muy distinta es sentirlo.

    Tomo un poco de agua. Falta menos.

    Le pido al corazón que aguante. Y aguanta. Me río por lo que estoy haciendo. Me divierte este esfuerzo. Este cansancio que pesa y a la vez no. Miro mis brazos, mis piernas, mi pecho, mi sangre en los dedos. Mis ojos siguen buscando el final. El agua. El cielo. La belleza que siempre parece estar un poco más allá. Pero ahora está acá nomás.

    Empiezan a escucharse risas, gritos, pasos apurados. Veo gente sacándose fotos. Y ahí entiendo: estamos a unos metros. Solo unos metros.

    Y entonces sí. La laguna. El color imposible. La calma que tiene. El frío.

    Y mientras me quedo quieto, mirando esa inmensidad silenciosa, siento cómo me voy desintegrando. Se me caen las partes, una por una: el ego, el individualismo, la necesidad estúpida de tener razón, los ruidos, los prejuicios, mi duende maldito, mi instinto peligroso, mis pulsiones extrañas. Me convierto en nadie. Me convierto en nada. Y en esa nada aparece algo parecido al alivio. ¿Será así morir? ¿Será así la plenitud? ¿Será así llegar hasta Dios? Lo cierto es que no molesta y por un rato, alcanza.

    Niyén Pibuel

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