Hay noches en las que Minhyung se acuesta,
pero el descanso no llega.
Cierra los ojos, pero la mente sigue andando,
como si alguien olvidara apagar las luces adentro.
Minhyung lo sabe.
Lo ha sabido tantas veces que ya no cuenta las horas,
solo las respiraciones contenidas,
los pensamientos que no obedecen,
los recuerdos que se cuelan como grietas en el techo.
No es insomnio por café o pantallas.
Es otro tipo de desvelo.
Más antiguo.
Más terco.
La cama le queda grande cuando está así.
Cada rincón parece guardar un recuerdo,
un pensamiento al que no quiere volver
pero siempre encuentra el camino de regreso.
Carga cosas que no dice.
No por orgullo, sino porque no sabría por dónde empezar.
Son pesares sin nombre,
momentos que lo siguen como sombra
y preguntas sin respuesta.
A esa hora, cuando todo el mundo parece dormido,
lo que él siente se vuelve más real.
La culpa.
La duda.
Ese miedo silencioso de no estar sanando de verdad.
Se gira una vez, otra más.
Mira el techo como si esperara que algo bajara a calmarlo.
Pero no baja nada.
Solo el ruido de su respiración,
el crujido de una madera vieja,
y ese pensamiento insistente:
"¿Y si no puedo con esto?"
No reza en voz alta.
A veces ni siquiera se atreve a formar las frases.
Pero hay algo en él que igual se dirige a Dios.
Como un suspiro que no sabe a quién busca,
pero que necesita salir.
Y cuando llega el amanecer,
no es luz lo que lo alivia,
sino el simple hecho
de haber sobrevivido
a otra noche más.
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