- ¡No es fácil ser la oveja negra de la familia!- dijo mi tía Marta y todos rieron.
Me toco el hombro varias veces y caminó de forma rara, con sus zapatos de señora grande,hacia la mesa donde estaban las cosas dulces. Se frenó frente a la bandeja de masas finas,y como si estuviera sola, se puso a elegir cuál agarrar: si las de crema o las de hojaldre.
-¡No hagas caso linda!... A esta gente le encanta poner etiquetas - susurró Mamá mientras me limpiaba con una servilleta de tela, la gota de dulce de leche que se hamacaba sobre la punta de mi nariz. Era lo único que quedaba de un alfajor de maicena que había comido con muchas ganas hacía unos minutos atrás.
Mis cumpleaños eran familiares.Mi mamá decoraba el comedor con un par de globos que colgaban sobre la puerta,un cartel con mi nombre hecho en una cartulina con letras negras y muchas sillas alrededor de una mesa redonda tapada con un mantel lleno de flores.Los únicos chicos invitados eran mis primos y Jorgito,el vecino de al lado.
A todos les gustaba comer chizitos, de esos que te ensucian los dedos, y clavar sus escarbadientes dentro de un plato lleno de salchichas flotando en salsa de tomate. La música sonaba fuerte hasta que el cassette de Xuxa terminaba y nadie lo volvía a poner. Cuando me aburría, sentada en la punta de la mesa, jugaba a apretar muy fuerte el elástico del bonete.Lo enroscaba tanto que hacía que mis cachetes se pongan rojos.
-¡Eso es Rosácea!... no se cura, pero te pones la crema de ordeñe y listo - aconsejó mi abuela Filomena al verme desde un rincón,mientras masticaba una pasta de vainilla, chocolate y nueces.
Sonó el timbre, varias veces. Mamá caminó hacia la puerta mientras limpiaba sus manos en un pequeño delantal que ella misma se había hecho.
Cuando abrió, mi prima Valentina se metió entre sus piernas y corrió hacia mí con un paquete plateado.Estaba decorado con una tarjetita chiquitita y un moño rosa. Lo apoyó en la mesa y me sonrió, mostrando que le faltaban algunos dientes. Atrás de ella, llegaron mis tíos junto a Mamá.
-Abrí el regalo nena... no sé si te va a gustar... Dicen que está de moda... que es para tu edad... pero viste que con tal de venderte algo caro... - dijo mi tía Inés mientras se acomodaba el saco con hombreras.
Saqué las cintas del papel y descubrí un pequeño diario íntimo con letras chinas en dorado y una llavecita muy chiquita que colgaba de un candado. Lo dejé al lado de la torta, agradecí con una sonrisa mientras los veía irse con los demás y a mi primita tocar todo lo que encontraba en la mesa.
Me aburría porque nadie jugaba conmigo.
-¡Apaguen las luces,que la nena va a soplar las velitas! - ordenó Mamá levantando un poco la voz.
Mi tía Marta se acercó a la llave de la luz con pasos pesados y migas de hojaldre sobre la blusa.Bajó la perilla mientras Mamá sacaba de su bolsillo una pequeña caja de fósforos y prendía una a una las once velitas blancas que estaban sobre la torta con forma de “Panda”.
En medio de la oscuridad y los aplausos, sonó nuevamente el timbre.Una prima lejana, de la cuál todavía no sé ni su nombre, abrió la puerta.
- ¡Pase!....¡Pase!... ¡Llegó justo para cantar el feliz cumpleaños!...
- Llegué tarde porque se me rompió el tractor, y le tuve que dar de comer a los chanchos...
Escuché su voz y sentí frío.Cerré los ojos y pensé en mi único deseo, ese que venía pidiendo desde hacia 4 años: “que no me dejaran más sola con él,durante las siestas”.
Antes de que termine la canción y los aplausos, soplé con fuerza, casi escupiendo, sobre cada llamita.Repetí varias veces el deseo en voz baja. Abrí los ojos y lo ví parado en medio de la sala con ese bigote que odiaba,que parecía una línea dibujada con lapicera.Tenía miedo de que se acercara y me escondí atrás de unas botellas de gaseosa, aunque el vidrio era transparente.
Ese hombre gordo, vestido con pantalones rotos y una camisa manchada, era el esposo de mi abuela, pero no era mi abuelo.
- ¿Cómo anda Alfredo?... pasé...coma lo que quiera...- lo saludó Mamá y le entregó un vaso de plástico azul lleno de cerveza, mientras le daba un plato con cosas saladas.
Cargando con todo, se acercó a las mujeres que estaban en un rincón y saludó a mi abuela con la cabeza, mientras masticaba con la boca abierta un puñado de papas.
Se dejó caer sobre una silla de madera que crujió.
-¿La saludaste a la festejada? - le preguntó mi abuela en voz alta, pero él no contestó.
Mi prima lejana cortaba y servía al “Panda” de chocolate y crema,corriendo con el cuchillo los ojos de bolitas de vidrio y mamá se encargaba de repartir los platitos.
Mientras esperaba mi pedazo de torta, escuchaba a todos los grandes hablando mal de los que no estaban y reían a carcajadas.
Alfredo tosió una vez, dos veces, respiró con dificultad y tosió nuevamente. Mi abuela dejó de comer torta y palmeó su espalda con fuerza, pero el ahogo seguía.
- ¡Se le debe haber ido una papa por “el otro caño”! - gritó mi tía Marta desde su rincón lleno de dulces y postres – ¡Filomena, dale gaseosa!... las burbujas lo van a desatorar...
La cara de Alfredo se puso roja, le costaba respirar y de pronto desapareció dentro de una ronda de mujeres maquilladas y de uñas que parecían garras. Mi tía se alejó un poco y pude verlo.Mi abuela seguía golpeándole la espalda.
Alfredo intentaba gritar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, cómo se ponían los míos, después del colegio.
De repente, se cayó contra el piso naranja. Lo miré desde lejos y suspiré.
Todos gritaban en el comedor,corriendo las sillas,llevando vasos con agua y tocándole el pecho.
Mis tías lloraban a los gritos,mientras mi Mamá marcaba el teléfono de disco tratando de recordar en voz alta el número del único médico del pueblo.
Mi abuela seguía golpeándole la espalda, creyendo que Alfredo se iba a levantar.
Yo estaba ahí sentada,agarrando el plato con torta, con un sentimiento raro. Pensando que ya no iba a sufrir más con su compañía, ni iba a sentir esas manos grandes metidas en mi remera. Que no volvería a escuchar su voz entre babas diciendo:”¿te gusta?", ni temblaría al ver como cerraba con llave la puerta del lavadero. No iban a existir más los secretos llenos de amenazas.
-¡Vieron, yo tengo razón! - dijo mi tía Marta– hay más tiempo que vida... pobre hombre, tan bueno que era... tan trabajador... para terminar así... - hizo un breve suspiro sentido y masticó con ganas un pedazo de arrollado de atún con mayonesa.
Mientras Mamá tapaba el cuerpo con una sábana blanca con flores rojas, se escuchó como se abría la puerta.
Todo quedó en silencio y un gran oso de peluche hizo su entrada abrazado por mi Papá que llegaba de trabajar.
- ¡Feliz Cumpleaños hija! … ¿De qué me perdí? - dijo con su voz gruesa desde atrás del juguete.
- ¡No te perdiste mucho papá! – dije casi gritando desde mi silla - recién cortaron la torta.

Paula Dreyer
Soy Guionista, Comunicadora Audiovisual y mamá de tres. Amo relatar mis vivencias y crear mundos con mi escritura. Tengo raíces de pueblo que las fusiono con la gran ciudad.
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