Me siento otra vez frente a la doctora que lee mis análisis con los lentes a la altura de la nariz. Eso me molesta, pero aunque le tenga confianza, no se lo digo.
-Bueno…bueno- dice mordiéndose un poco el labio inferior- creo que esta noche vas a tener que cocinar rico para toda la familia que te vino bancando todo este tiempo!
Sonreí nerviosa.Me confirmó que estaba sana. El cáncer se había ido de mi sangre.
Tantas agujas, tantos medicamentos,tantas noches de insomnios y miedos, se terminaban ahí. La abracé y lloré como nunca. Le dejé de regalo una peluca rubia que ya no iba a usar más. Salí apurada del hospital.
-Estoy curada - me dije en voz baja.
Saludé a la enfermera que siempre está fumando en la puerta y caminé rápido hacia la parada del colectivo, casi corriendo.
En el camino, entre lágrimas y gritos le conté a mi marido, él gritaba también desde el otro lado de la pantalla del celular.
Me sentí la persona más afortunada del mundo, mirando por la ventana del colectivo como el día se iba transformando lentamente en una noche azul y estrellada.
En casa estaban todos esperándome. No tuve que cocinar y hasta recibí un ramo de fresias de distintos colores.
Mi mamá atribuyó éste milagro a dios. Mi marido a mis ganas de vivir. Mi tía Ignacia al tratamiento que me daban todas las semanas, con ese líquido verdoso que entraba por mis venas mientras ella me sostenía la mano con fuerza y rezaba el rosario.
No se si fue suerte o si fue la vuelta del destino,pero lo que más me alivió fue pensar que iba a poder pasar más días junto a mis hijos.
Paula Dreyer
Soy Guionista, Comunicadora Audiovisual y mamá de tres. Amo relatar mis vivencias y crear mundos con mi escritura. Tengo raíces de pueblo que las fusiono con la gran ciudad.
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