La asunción de que el camino a la muerte está repleto de sillones. 31/12. Lado A.
Fue un año duro para todos. A veces se gana, a veces se aprende. Quizás, cuando los afectos no respetan la única respuesta es dar un cachetazo de realidad a tiempo, porque sino te equivocás vos. Cuesta entender que hay que construir vínculos incómodos. No los que te consuelan en la posibilidad de tu falta. No los que abrazan tu ensimismamiento y terquedad. Apostar a que te marquen la cosas es decir *podés ser mejor que esto y dale que la vida no espera y yo solo un poco* porque en la falta está el deseo que nos mueve.
Cada día que pasa estamos más cerca de la muerte, no tenemos la conciencia de clase de corona y no deberíamos darnos el lujazo de poner el esfuerzo en que la comodidad sea la dirección de nuestro devenir. Quizá el camino a la muerte en vida esté plagado de sillones muy cómodos. Tal vez el camino a la vida, cuando la realidad te pone la muerte delante, esté harto de los momentos más felices que vivas.
¿Y a esta qué bicho le picó? podría pensar algún que otro lector, si los hubiere. Conciencia de clase, punto y seguido, la muerte y la vida. ¿Qué falta? ¿Freud, Marx y las mujeres trabajadoras? Si señor, vamos a eso. Jodido el trabajo en uno mismo cuando se ha mirado tanta tele de chiquito.Tarea compleja y repleta de conclusiones a medias. Situarse con toda la crudeza de la realidad en espacio, tiempo y lugar personal, social, histórico y de clase y sexo, para reconocer las faltas estructurantes y constituyentes de quienes somos. Creo que allí está el deseo que nos va a mover toda la vida.
Tenemos energía y tiempo finitos ¿cómo reconocer lo importante? La realidad se nos presenta aplastada, caótica, desordenada y aparentemente repleta. La hegemonía posmoderna está harta de faltas, cómo todo, pero está jodido compañeros. Para ocuparse, me parece, hay que despejar, por lo menos, dos cosas.
La ideología que nos eleva sin techo.
Las ideas sin anclaje que nos alejan de la incomodidad del mundo en falta en el que nos toca vivir sin ningún tipo de justicia. La falsa conciencia que nos lleva a utilizar esa hermosa cualidad de la transformación del mundo, pero para esconderlo de nosotros. Aún así, por más que trabajemos para evitar, la realidad aparece, porque existe. Nos estruja desde lo que somos y desde dónde estamos. Enemiga de la fantasía. Tenaza despiadada, amiga de quienes la elijen. Podemos aprender a decidir si utilizamos las tenazas para vivir con dirección y disposición o nos resistimos, escapamos de la incomodidad del dolor poniendo escudos, construyendo excusas, viviendo ilusiones.
Invertimos nuestro tiempo y energía finitas en hacer de la vida una obra de teatro con una trastienda cada vez más oscura, mientras nos acomodamos en las primeras filas. De ser así, sin verificar, tengo la sensación de que la vida se puede parecer mucho a los besos en el escenario del reciente presidente y la supuesta primera dama. Lo bueno es que cada acto es una oportunidad de ver más allá, lo malo, de acomodarse un poco más. Quien quiera afinar la vista para incomodarse mirando lo que no alumbra la luz, que lo haga. Quien quiera apluadir, que aplauda.
Las obras de teatro son una parte bella de la vida, pero la vida no es una obra de teatro. Importa ubicar las ilusiones.
Hermosos fenómenos espontáneos, que aparecen cuando le damos play a una canción, con la forma cuadrada o circular de los gestos. Quizá sea la manera en que quienes somos se expresa. Hartos de fantasía, encontramos una dosis de nuestra propia medicina y la usamos para resignificar una parcialidad de la falta. Importa vivir las ilusiones con la intensidad que merezcan ser vividas. Como dice el amigo de a ratos Rolón, se trata de trastornos de la percepción que, por suerte, duran poco, pero te inundan todo el cuerpo. Un estado de victoria eterna. Sentir que la falta no existe,cuando la vida es falta. Y quien cree que no necesita nada se acomoda. Me parece que las ilusiones pueden ser una hermosa herramienta de conocimiento y problematización de nosotros mismos, si se saben ubicar.
Somos seres con conciencia en falta. El amigo Freud le puso nombre a lo innombrable, el inconciente. Creo que la posibilidad del razonamiento radica en que nos permite ver la falta del mismo, a partir de entender nuestras acciones. Somos lo que hacemos, cómo vivimos, actuamos con toda la fuerza e intención y contradicción de nosotros mismos, en la incómoda realidad, con el lado A y B. Pulsión de vida, construcción. Pulsión de muerte, destrucción. Así, nuestra vida, el proceso es el lugar más sincero para buscar las faltas que nos constituyen. Podemos hacernos cargo con responsabilidad de lo que pudimos hacer en la realidad con todo el peso que implica y mirar la vida con perspectiva y aprender o consolarnos en la posibilidad de la fantasía. En vez de ubicarnos en el movimiento con el deseo de suplir la falta, escapar del dolor, usando la comodidad de las buenas formas como consuelo. Considero que marcar las faltas puede ser incómodo, feo, nos puede hacer sentir mal y a quienes amamos. A las mujeres de la clase obrera no han enseñado, como forma de amor, la complacencia pública y privada. Me animo a decir, perversa manera la cual el capital tiene de determinarnos la existencia como objeto el cual su complacencia tiene precio y no valor. En el posmodernismo la sensibilidad se expresa con desorden. Se promueve una formalidad que es insana porque esconde la dualidad de la vida y su proceso. Lo hace bajo una supuesta política correcta, que posa de buen pensamiento y civilización. Los problemas se resuelven en proceso, no con silencio. El silencio y el juicio sobre el otro, que también tiene procesos, arransan los vínculos. Por eso, bendita sea la materialidad que nos obliga a vivirlos igual y nos regala la posibilidad de tomar conciencia de que hay que marcar faltas, enojarse y despertar a los que amamos del letargo, en el que nosotros también podemos caer y hacer, siempre para adelante. Que vivan las buenas y hermosas formas sólidamente ancladas, que sirven para demostrar y no para esconder.
En este domingo que cierra un año de mierda el mejor regalo es el dolor que nos muestra la falta y nos hace valorar la vida que tenemos y a quienes tenemos en la vida. El deseo que nos pone en movimiento para alcanzar los sueños y propósitos que, de llegar, los construiremos con dirección y disposición, no sin esfuerzo, en una realidad cruda siempre con un casi. Así, creo que hay que dejar que la vida nos pase a buscar. No hay justicia en los esfuerzos innecesarios. Pero con cuidado, con dirección a los propósitos y sueños, sin fallarnos a nosotros mismos. Con disposición a los bellos detalles eternos que pueden ser los vehículos para lo más importante.
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