No podría haber imaginado
manera más incómoda de despertar.
El cedro dulce del traje de madera
se ceñía a mi alrededor, oprimía.
Apenas mi lomo podía arquearse en tan estrecho nicho,
no cabían siquiera mis pensamientos.
Varios latidos habían pasado ya
cuando un rojo sopor me invadió.
Estaba seguro que tan cruel sensación
no podría haberse gestado
sino de algo anteriormente vivido,
un arquetipo rancio de esperar,
una verdad inevitable, determinante.
Sabía que tu ojo desteñido estaba del otro lado,
celeste y expectante,
al acecho, empañado por la claridad de tu perversión.
De nada serviría a esas alturas
rogar piedad, o indulgencia por no sé qué.
Sentía que te conocía,
¡oh, cruel verdugo!
Era imposible negar esa conexión,
era evidente que si en tus manos estaba mi destino
alguna vida de algún tiempo pasado o venidero
había estrechado nuestras almas.
Lentamente esa sensación acabó en certeza,
tan inevitable como el brote muere en rama
en un árbol salvaje.
¡Ay de mí!, la verdad se abría ante mi cuero
Infinitas veces rocé tu ojo,
y en cada una de ellas confié en él,
y cuando creía que completaba
los trozos de mis desdichados fragmentos en tu pupila,
vos me mirabas, obligándome a ser vida o muerte.
Vidamuerte.
Vidamuertevida (leerlo infinitas veces sin repirar)
Sin saberlo eras el fino crin
que sostenía la espada sobre mi cabeza,
como un dedo frío,
un pseudópodo oscuro.
Pero ya no importa,
mi cuerpo cuelga de la tierra
como un árbol siseante y sonante
en el nivel más bajo del infierno.
Aquí cálido está.
Hago del calor de mi patíbulo,
mi hogar.
Si te gustó este post, considera invitarle un cafecito al escritor
Comprar un cafecitoRecomendados
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión