Un problema que muchos afrontamos a veces es el de no poder -o sentir que no podemos- ser del todo felices. Esa idea de que se puede estar mejor, o de que si uno tuviera más plata podría hacer cosas que hoy no puede, o de que simplemente hay un vacío que no tiene explicación. La crisis de “¿esto es lo que quiero en mi vida?” o “¿soy feliz?” es más común de lo que uno piensa y muchas veces salir de ese punto se vuelve complicado e implica un gran esfuerzo.
El otro día mientras miraba videos en Instagram me crucé con un reel de Santiago Bilinkis en el que contaba que llevó adelante una especie de experimento/encuesta para ver qué vínculo tenía el dinero con la felicidad. Primero agarró a un grupo de gente que ganaba $75.000 y la mayoría sostuvo que para ser feliz tendría que ganar $150.000; después hizo la misma pregunta a un grupo de gente que tenía ingresos por $150.000 y respondieron que para ser felices necesitaban $300.000; entonces, repitió la encuesta con quienes ganaban $300.000, quienes manifestaron necesitar también el doble. Finalmente decidió entrevistar a personas que ganaban aproximadamente USD12.000 por mes en Argentina, y también ellos sostuvieron que para ser felices deberían generar el doble.
Lo único que resonaba en mi cabeza es que nunca nadie está satisfecho; pareciera que siempre se necesita un poco más para ser feliz. Entonces, si el dinero no hace a la felicidad ni pareciera cumplirse el refrán “pero como ayuda”, cómo hacemos para correr el foco y darnos cuenta de ello.
En Harvard se hizo un estudio que duró 80 años en los que se evaluó a 900 personas, todas de distinto rango etario, orientación sexual, clase social, etc. La idea era determinar qué hacía a la felicidad. Lo cierto es que, como muchos arriesgarían, el estudio determinó que la clave de la felicidad son los vínculos estables que uno construye a lo largo de su vida.
Entonces, es claro que el dinero no da felicidad y también pareciera estar científicamente comprobado que lo que importa son los vínculos humanos. La cuestión es, ¿por qué si sabemos esto no logramos ser felices? Es decir, por qué si uno sabe que al final del día su relación con sus amigos o su pareja es más importante que cambiar el auto o irse de viaje o comprarse el vestido que vió y le encantó, estos temas materiales lo hacen sentir insatisfecho. Como que le falta algo para ser del todo feliz.
La realidad es que, por más que yo sé que lo que importa al final del día son los vínculos, esas cosas materiales siento que también hacen a mi felicidad… por ahí es más una inyección de alegría pasajera, pero las disfruto.
Decidí seguir mirando videos y finalmente encontré una serie de reels en los que Bilinkis describía algunos “tips” para ser más feliz. Sus propuestas me hicieron notar el impacto que ciertos hábitos o tendencias pueden tener en nuestro bienestar y la importancia de tenerlos presentes. Desconozco si estos consejos nos hacen más felices, pero creo que nos permiten poner un freno en momentos de crisis y repensar nuestra forma de ser y de actuar.
Un gran problema que los seres humanos tenemos para ser felices es que nos comparamos. Comparamos cosas, situaciones, personas, decisiones, prácticamente todo. Por eso, una de las decisiones más importantes que uno tiene que tomar para ser feliz es decidir con qué se va a comparar. Por ejemplo, si yo comparo mi auto con el de algún multimillonario o los viajes que puedo hacer con los de alguien que viaja una vez cada tres meses, posiblemente me sienta más infeliz.
Un buen ejercicio en este sentido es compararse con el pasado; ver dónde estabas un tiempo atrás y lo que lograste hasta ahora. En mi caso, hace un año vivía en un monoambiente sin balcón y hoy vivo en una casa hermosa con jardín, por ejemplo.
Cuando uno vuelve para atrás y evalúa ciertos aspectos puntuales, el ver que ha logrado objetivos o cambiado cosas para mejor puede ayudar a su felicidad e incluso aprender a valorar lo que se tiene. Ahora bien, también puede ocurrir que uno piense que antes estaba mejor que ahora, lo que podría “perjudicar” esta idea de compararse con el pasado. En ese caso, la tarea que uno tiene que hacer es la de desidealizar el pasado. Un ejemplo típico sería el de extrañar estar en pareja. Preguntarse o recordar porqué se terminó la relación es un puntapié para desidealizar el momento.
Otro “tip” en el camino hacia la felicidad es invertir en experiencias en vez de en cosas materiales. Las cosas materiales son comparables. Me compro una remera y posiblemente siempre haya una de mejor calidad, más nueva, más canchera… En cambio, las experiencias son incomparables e irrepetibles. Quién puede decir que el viaje que hice a Mendoza fue mejor que el viaje que hizo mi hermana, o que la primera vez que anduve en bicicleta lo disfruté más que la primera vez que anduvo mi prima. Bilinkis da un ejemplo brillante al narrar cómo un año se fue de vacaciones a Disney y al siguiente a Córdoba y le dijo a sus papás que en Córdoba lo había pasado mejor, quitando ese prejuicio sobre que por ahí lo más caro o exclusivo o internacional es mejor. En mi caso, mis vacaciones soñadas siempre son en Pinamar, rodeada de mi familia y amigos.
Finalmente, la última idea que quedó resonando en mi cabeza fue la de que se llevaron adelante estudios que comprueban que da más felicidad regalarle algo a otra persona que comprarse algo para uno mismo. Más aún, al parecer, da más felicidad regalarle algo a un desconocido que a alguien que conocés.
Esta idea de que los seres humanos se sienten más felices siendo solidarios y generosos me llevó a pensar que muchas veces uno evita estos gestos en pos de resguardar su economía y que por ahí seríamos un poco más felices si tuviéramos menos plata pero hiciéramos regalos a gente que queremos o que no conocemos.
No creo que se pueda garantizar la felicidad, pero sí pienso que tener presentes estas ideas puede ayudar a ver la vida con otra mirada.
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