Abril se va dejando un sabor agridulce en mi aliento. No sé si será el mate con agua tibia o el porvenir que queda después del duelo. La pérdida absoluta frente a una fe descomunal, que no sabe cómo trascender y en quién ubicarse. Ciertamente deseo que sea en mí en donde decida posarse, pero no soy la candidata ideal, algo que parece repetirse año tras año, amigo tras amigo, amor tras amor. "La ironía de no destacar en nada por querer destacar en todo" le dije una vez a una amiga que suele ser la única en entenderme cuando hablo de esa manera. Pero se vuelve aún más serio cuando quien por querer rescatar todos los vínculos termina echando por la borda cada uno de ellos, que en realidad eligen arrojarse por su cuenta. Alguien deseable, por el contrario, sabe elegir y tomar decisiones, no como yo, que me ahogo en un vaso de agua siempre que veo la oportunidad. Como el anticristo, en vez de multiplicar el pan lo divido hasta que no alcanza para nadie y transformo el agua en mar: intomable, inhabitable, inhóspito, aséptico. Todo se desarma en las palmas de mis manos, blancas apuntan al cielo deseando irse o existir en otras condiciones, lloran al develarse la condena: de nada podrán apropiarse, nada serán capaces de sostener, cada caricia será erosionante como las aguas que alguna vez fluyeron por los cañones y las fallas. Con cada roce se perderá una parte de lo que anhelan poseer. Y solamente entonces se acercarán la una a la otra, adoptarán el rezo y el autoerotismo como su único propósito, hasta que no quede nada de mí, hasta que yo también sea parte del mar y el duelo ya no sea el mío. Dejando atrás una irreductible y ambivalente esencia.

Anastasia Spinoza
lloro mucho, sueño aún más y todavía no he encontrado otra manera de acceder al mundo que no sea a través de las palabras.
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