¡Oh! ¡dulce y glorioso Satán!,
rey del Ego,
que mantienes al hombre en movimiento,
en busca de vano sufrimiento.
¡Tú! que regalas un desbocado corazón,
como una cárnica flor de cianuro,
y nos das la libertad de elegir la liberación,
con sólo detener el tic-tac de sus latidos.
¡Rey de las putas tristes!,
que das consuelo de mejores tiempos por venir,
y unges de valentía las náuseas ahogadas por ríos de leches primales.
Satán, ¡único humanista!,
que en toda nuestra Historia metiste tu corneal nariz
en el hedor del barro del mundo y en la untuosa sangre encharcada,
sólo por amor;
claro y perverso,
que no opone los mandamientos con la fuerza del instinto.
¡Piadoso Belial!,
que regalas las imágenes de su vida toda,
y das al ojo del suicida lucidez para amar el más mínimo detalle de la creación,
redimes al hombre y condenas el alma
antes de tensar la desdichada horca.
¡Ilusión del enfermo!,
que ignora las huesudas y cetrinas manos que apuran el reloj de lo inevitable
y das la esperanza de curación de lo incurable.
¡Que pensará Nietzche, de tu horrible y cruel regalo!
¡No era la esperanza un don de Dios!, ¡sino tuyo!,
¡perversa flor dulce de corazón podrido de latir!
¡Oh! ¡dulce Satán!, Pequeño Cuerno, Ángel Caído,
¡consuelo instantáneo de todo lo mal hecho!
¡Oh, tantos nombres!, ¡tantas formas de nombrarte e invocarte en este mundo!
¡Casi tantas como el amante nombra a su amada!
¡Oh, tantas formas de caer!
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