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22 de febrero de 2025

Aroa

Mar 4, 2025

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Pienso mucho en la permanencia de las cosas que me hacen feliz. Esto significa que me hago muchas preguntas que dudan de lo que parece seguro; qué haré si dejo de ser interesante para los demás, dónde viviré cuando no viva aquí, qué haré si esta relación no es para siempre. Me obsesiona que lo que hoy me hace sentir plena sea en el futuro un recuerdo cruel de lo que ya no tengo. Por eso, a veces, en momentos de felicidad, quisiera poder dejarlo todo quieto, mirar la vida como una obra terminada y decir ves, estuve contenta hasta el final, todo lo importante duró hasta el último día. Creí durante mucho tiempo que la forma más realista de conseguir esto, de llegar a la felicidad quieta y constante, era dejar las cosas como estaban; repetir en bucle lo que antes me había llenado para que todo se mantenga.

Cuando estoy con mis amigos le doy vueltas a lo feliz que fui durante los años en los que empezó nuestra amistad, pienso en cómo durante mucho tiempo creí que para que siguiéramos juntos teníamos que hacer las mismas cosas y mantener tradiciones para que nada cambiara. Tardé mucho en darme cuenta que no podía seguir haciendo las cosas de entonces para que todo siguiera igual, no solo porque eso desgastaría y ensuciaría el pasado, sino porque yo había cambiado y conmigo mi forma de querer. Pienso en que hay cosas que ya no hacemos porque éramos gente que ya no somos, en que no existe ninguna receta para que las cosas no cambien, y, sobre todo, en que menos mal que así sea. El deseo de querer que todo se quede quieto es un problema evidente porque nos hace imitar la vida en lugar de vivirla. Si nada se mueve y todo se congela impedimos que el amor se haga grande, que las anécdotas se renueven y que los lazos sean más fuertes. Debemos saber vivir con la posibilidad de que la vida y las relaciones cambien, no en clave de deterioro, no pensando que la juventud es un tesoro que perdimos o perderemos, sino siendo conscientes de que quererse no debería ser nunca una imposición, sino algo que elegimos y seguimos eligiendo.

Me alegra que la vida no pueda pararse y ajustarse a lo que yo quiera en cada momento, porque eso significa que, cada año, la gente que me rodea decide activamente quedarse. Me gusta pararme a mirar a mis amigos y recordar sin pena las noches de verano, las fiestas del pueblo y los trayectos del bus a la ciudad. Observo el pasado como una película a la que volver en los días de lluvia, no como una vida perfecta que me juzga desde la distancia. También me gusta imaginarnos a todos juntos dentro de 20 años, siendo personas diferentes y hablando de cosas diferentes. Y me gusta que, a pesar de eso, la importancia de mis amigos no recaiga en el recuerdo o la proyección en el futuro. Mis amigos son importantes porque existen hoy a mi lado. Porque me quisieron cuando tuve quince años pero también cuando supe dejar de tenerlos.

Aroa

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