Despierto, son las siete a.m. de un viernes de diciembre. Es inevitable sentir el peso de las cosas retirándose en el tiempo. Algo acaba. La forma de las cosas como las conocíamos acaba. Rehuyo. Rehuyo del tiempo como quien aprieta los pies en la arena mojada que desaloja la bajamar. Resisto. Aunque todo a mi alrededor marche contracorriente. Me quedo. No hay peor momento para elegir quedarme. Es tarde. Si tan solo hubiese abierto los ojos antes, cumplido los rituales a tiempo y desnudado mi corazón frente al tuyo para que no tengas miedo. Esta tristeza infinita me ha consumido de nuevo y se ha llevado lo que más quiero. Mi vida contigo se ha convertido en un cuento. Algo que solo existe en la memoria y solo puede caber en el presente a través de mis palabras. Resisto. Mi corazón resiste contigo. Aquí. Así pugne contra el tiempo, el espacio y la distancia entre nosotras. Persisto. Rechazo la distopía de quererte y no estar a tu lado. Tú, allá, en el margen de la línea material que nos separa. Yo acá, esperando que adviertas que el espacio entre nosotras depende de la medida de nuestras acciones. Te espero. Así un día te das cuenta que si giras a buscarme, si tienes la urgencia de encontrarme, aún estaré a tu lado.
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