Recuerdas esa casa en medio de la nada, parecida a una cabaña, podrida, vieja y chirriante. Pero hay algo en ella que desea ser conocido por ti, los pinos humedos, las ventanas empañadas, el agua helada del río, el crujir de las tablas, el jardín trasero tan basto de flores cómo de pequeña vida atrapada en los arbustos, esa silla de ahí, oculta por las ramas, que se mueve con el aire, dejando ver que extrañar es levantarse de la mecedora, ya no hay nadie, pero se sigue moviendo a su paso. Reconocemos ese lugar, pero el lugar no nos reconoce a nosotros, la casa cada vez nos vera diferentes pero ella nunca cambiará, cuidará el polvo que llega con el tiempo, amando cada pizca de suciedad y que es el amor si no eso, cuidar la fragilidad del otro cómo si fuera propia, pues al final todo se vuelve propio sin darnos cuenta, de uno, de la cabaña, de la nada.
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