Al felino le gustaba disfrutar de las cosas simples, un pequeño abrazo, un beso, una caricia que parecían no despertar nada. Todo se volvía mágico cuando era consciente de ello. La vida pocas veces le había brindado estos momentos de lucidez, la mayoría del tiempo tenía delirios del apocalipsis debido a su locura pero en un estado como este, tan sobrio y elegante, él estaba disfrutando.
En su mente, se despertó al lado de la persona que amaba, le besó la nuca mientras recorrió esa espalda desnuda con las yemas de los dedos, le mordió la piel y luego se puso de pie para recibir los primeros rayos del sol.
Fue capaz de sentir el agua en su garganta cuando la bebió en la cocina y luego contempló su jardín. Frondoso, verde, bello, casi nada se parecía a él, porque él estaba roto y oscuro, pero el jardín, ¡oh, el jardín!
Caminó hacia el centro y se acostó sobre la yerba, mirando a ese cielo azul cerró los ojos, ese día no intentó cazar mariposas, quería ser pacífico, también le agradeció a cualquier Dios, deidad o ángel que le había permitido vivir esto. Un microplacer, llena más que cualquier otra cosa el alma de un ente vacío y solitario.
Luego, murió.
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