Una realidad aparente
Carlos dejó de delinear figuras sobre la mesa de dibujo, al notar que otra extraña figura había cruzado frente a su campo visual. Esta nueva figura semejaba a una pequeña niña que jugaba feliz frente a la ventana iluminada por el sol veraniego. Hacía varios días que, con esta y otras manifestaciones, venía comprobando lo que le habían comentado sobre la casona.
-Si don Carlos, esta casa está embrujada-, le había dicho el casero una vez, hacía tiempo.
- ¿Está seguro Jacinto?... yo aún no he visto nada raro…
-Ya va a empezar a ver… se lo aseguro-, sentenció don Jacinto.
Y no se equivocaba, pues al poco tiempo desde todos los rincones de la casona, surgieron borrosas figuras que se hicieron más nítidas hasta adoptar una lejana forma humana, y que, indiferentes a la presencia de Carlos, deambulaban de aquí para allá, como si habitaran una realidad paralela. Con el tiempo, las apariciones adoptaron su perfil definitivo y Carlos comprobó que eran niños y adolescentes vestidos iguales. Notó también que, en determinados momentos del día, el lugar se abarrotaba de estas apariciones fantasmales, para luego de unos minutos desaparecer sin dejar rastro. En contra de toda lógica espiritual, los espectros nunca aparecían de noche.
Carlos tuvo un primer impulso de comentar el fenómeno paranormal a todo aquel que quisiera oírlo, pero, por un extraño influjo desistió de hacerlo.
-Lo único que conseguiré es que me tilden de loco…
Jamás le tuvo miedo a las apariciones por el hecho tratarse de niños y adolescentes que solo interactuaban entre ellos, indiferentes a su presencia, aunque, pasado un tiempo, Carlos comprobó que algunos de los fantasmas ahora lo veían, y luego se alejaban raudos de donde él se encontraba.
-Están comenzando a interactuar con usted, algunas veces sucede, y a mi me pasa seguido-, le explicó el casero cuando Carlos le comentó la nueva actitud de alguno de los espectros.
-Voy a llegar al fondo de esto-, afirmó Carlos.
-Pues se sorprenderá cuando lo haga-, respondió sonriendo el casero.
A partir de ese día, cada vez que se hacía presente una aparición, Carlos intentaba seguirla, pero era en vano pues al hacerlo las apariciones se esfumaban. Hasta que una mañana, al salir al amplio espacio que rodeaba la casona, Carlos se sorprendió al ver varias decenas de apariciones fantasmales, inmóviles, mirando con suntuoso respeto una gigantografía con su rostro, enmarcada en madera de roble, y en cuya base, en letras doradas se destacaba una frase:
“Al profesor Carlos, donde quiera que esté”
Roberto Dario Salica
Roberto Darío Salica Escritor de Córdoba, Argentina. A la fecha, ha publicado cinco libros, uno de cuentos para niños, poemas, relatos de la infancia y de relatos fantásticos.
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