Me duele el cuerpo de tanto habitarlo.
Me duele la carne como si fuera otra lengua,
una que no entiendo,
una que me habla en gemidos, en latidos, en espasmos,
y me exige que responda con el sexo.
Hoy desperté con la entrepierna mojada
como si hubiera soñado con la muerte
y ella me hubiera lamido entre los muslos.
No sé si fue placer o suplicio,
pero la humedad seguía allí,
como prueba,
como condena,
como una flor podrida abriéndose.
Quiero que me toquen hasta que desaparezca.
Quiero que las manos me desgarren como papel,
que la boca me muerda como si estuviera hecha de pan,
de hambre,
de carne ofrecida.
No por deseo.
No por goce.
Sino porque el dolor me hace real.
A veces me toco
con rabia,
con urgencia,
como quien busca una salida entre los pliegues.
Pero no hay salida.
Solo un eco húmedo,
una llaga abierta que no cicatriza.
Quiero que me penetren con el odio de quien no quiere quedarse.
Que entren en mí como si fuera una tumba,
una celda,
una jaula con los barrotes hechos de huesos.
Que me follen sin decir mi nombre.
Que me arranquen la voz con cada embestida
y me dejen muda,
deshecha,
convertida en algo que ya no piensa.
Porque pensar me destruye.
Porque nombrarlo me hace llorar.
Porque cuando digo “placer” quiero decir “muerte”.
A veces me imagino atada.
Las piernas abiertas como puertas que no saben cerrarse.
El pecho marcado por dedos que no dejaron ternura.
Y la boca llena de algo que no es palabra.
Que nunca fue palabra.
Solo grito contenido.
Sollozo mudo.
Hoy vi mi reflejo después de masturbarme.
La cara deformada.
Los ojos perdidos.
La boca hinchada.
Me vi y sentí asco.
No por el acto.
Sino porque no hubo amor.
Ni entrega.
Ni siquiera consuelo.
Solo un intento desesperado por sentir algo.
Por no morirme de indiferencia hacia mí misma.
Me derramo entre las sábanas
como leche agria,
como semen seco,
como sangre vieja.
Y nadie lo nota.
Nadie pregunta.
Nadie limpia.
Estoy sola.
Sola con esta necesidad
que no es deseo,
sino condena.
Sola con este cuerpo que se inflama por las noches
y me exige.
Me exige.
Me exige.
Ser amada.
No.
Ser follada.
No.
Ser destruida.
Porque solo en la destrucción hay algo parecido a la paz.
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