Han pasado 17 días,
pero siento siglos cayendo sobre mis hombros,
días que se estiran como una soga al cuello,
tan largos, tan densos,
y aun así, tan vacíos sin vos.
.
No puedo dejar de pensar en tu abrazo,
ese último abrazo,
la forma en que tus brazos se cerraron
como quien se guarda algo para siempre,
solo para abrirlos después y dejarme caer,
y encima tuviste el descaro de sonreír,
de decirme adiós
con esa sonrisa que aún revuelve mi pecho
como si tu mano estuviera ahí,
sacándome el corazón de golpe,
dejándome sin aire.
.
Te extraño más de lo que nunca creí posible,
más que las cosas que alguna vez amé.
Te extraño como quien extraña la luna
después de demasiados amaneceres sin noches,
y sin embargo, cuando estabas conmigo,
a veces ni siquiera te miraba.
¿Es cruel decirlo?
¿Es injusto que ahora no pueda quitarte de mi cabeza?
.
Dormir se ha vuelto una batalla,
porque cada vez que cierro los ojos,
te veo ahí,
como si hubieras dejado tu sombra
pegada a las paredes de mi mente.
Y al despertar, tu nombre es lo primero que susurro,
como si mi cuerpo recordara algo
que mi vida intenta olvidar.
.
Quiero abrazarte.
Quiero verte de nuevo.
Quiero que estés acá,
aunque sea para atormentarme otra vez,
porque el dolor de tu ausencia es más
asfixiante que cualquier cosa que hayas hecho.
.
Venís a mí en pensamientos,
te invoco aunque no quiero,
porque en mi mente estás vivo,
dulce y cruel al mismo tiempo,
y aunque sé que te fuiste,
no puedo dejar de seguir tus viejas pisadas.
A esta casa,
a tus brazos que ya no están,
a un lugar que solo existe en los recuerdos.
.
Han sido 17 días,
y yo, sin vos,
me estoy ahogando.
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