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1 minuto dando vueltas

Nov 2, 2024

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1 minuto dando vueltas
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Toda una vida detrás del tiempo. Apresurados, como queriendo llegar al futuro antes que el futuro, tropezamos en un presente de lata con bluetooth. Si de repente alguien me preguntara quién soy, lo más lógico sería responder con el nombre que me pusieron hace 26 años, y si a eso le corresponde una repregunta, debería hacer una enumeración retrospectiva: todos los partidos de fútbol que miré seguramente me conviertan en futbolero, y contaría con orgullo las carreras que abandoné y lo mucho que me costó terminar la secundaria allá por 2016, la música que escuché y dejé de escuchar, las comidas que más disfruté. Creo con fervor que ese currículum vitae -carrera de vida en latín- es una aburrida respuesta, y además de aburrida, es equivocada, porque está dirigida a responder un “quién fui”, al mejor estilo Wikipedia, y no un “quién soy”.

El presente es el presente. Y por lo general no pasa nunca nada. Y los humanos pasamos mucho más tiempo de nuestras vidas envueltos en esa nada cotidiana. Cada tanto ocurre algo y se reafirma la lógica: al toque se convierte en pasado. Es así. Vivimos en una era en la que se fabrican microondas que calientan cada vez más rápido, y aún así nos paramos en frente de él para detenerlo a los 00:01 segundos.

Pero a ese mal de época nos enfrentamos la gran mayoría a lo largo de todos los días. Me pasó a mí esta mañana y todas las mañanas. Y ojalá fuera verdaderamente un momento de frenar la pelota y pensar. Igual que en el fútbol y que en todo lo que nos rodea, los tiempos se reducen a la mitad. Mientras la bandeja gira una vez para cada lado -he pasado mañanas y tardes frente al microondas y me di cuenta que su sentido cambia en cada uso-, aproveché para ir al baño, preparar el living para una tarde más de trabajo, atravesando el pasillo largo una y otra vez para hacer la mayor cantidad de viajes posibles. Volví al microondas. No habían pasado más de 30 segundos. Los otros 30, como siempre, los esperé ahí, entre sus vibraciones y las del motor de la heladera, que solamente resuena cuando deja de sonar.

Apoyado sobre la mesada de mármol, esperé que nada pasara. La misma nada cotidiana que desde el quinto piso provoca un ruido de aparato retro en funcionamiento. Al lado mío, en la ventana que da al pulmón, se escuchaba cómo los vecinos empezaban su rutina. Y desde los grandes ventanales con balcón francés del microcentro también habían sonidos de nadas: una ventana que se abre, un taladro más en un día más de un obrero más en la ciudad, la primera moto que aturde en el día. Todas las mañanas, hace más de 10 años, pasa un tipo en bicicleta que grita “¡viva Perón carajo!” a nosequién. Cada vez que lo escucho siento como un alivio. No sé qué pasará el día que no suene. El conjunto de nadas puede significar la gestación de un “algo”. Puesto que, como dijimos, por lo general, nunca pasa nada. Y cuando pasa algo es noticia. Sería noticia si el microondas reventase por los aires y también sería noticia si ninguno de los sonidos cotidianos se activaran a determinada hora del día. Pero como no pasa nada, el día se escurre como habitualmente, y este es el ciclo de la humanidad toda. Pasa algo y nada a la vez.

Pero atención, que cuando quedaban 15 segundos me acerqué a mirar un poco más de cerca. Preparado, con el dedo en el botón de frenar, listo para abrir la puertita y con la cuchara en la azucarera dispuesta para endulzar. Aunque todavía le falte toda una vuelta al microondas. Porque en esta casa estamos acostumbrados a calentar el agua de los fideos en pava eléctrica para ahorrar cada segundo. Entonces, si puedo frenar un segundito antes el microondas, lo hago. Será ansiedad. De verdad creo en que uno muestra quién es en los momentos de más nada. Pero ojo, que también supe mirar hasta el cansancio los azulejos amarillos y amarillentos de tanta grasa en las paredes -y de tan poca limpieza, pero eso mejor decirlo entre paréntesis-.

Aunque no me cansaré de decirlo: uno es gracias a los momentos-nada. Y últimamente vengo optando por clavar la vista en el interior del microondas, contemplando cómo aporta su energía al ritmo de la rotación, función para la que ha sido creado el aparato, como si fuera un planeta. Suena su timbre. Como todos los días. Así soy yo-nadie, que sumado a otros-nadies, somos alguien. O, por lo menos, podría decirse que somos algo. Y a partir de la existencia de esos momentos-nada, que son la mayoría, moldeamos un presente-futuro. Lamento haber decepcionado al lector que tenía mayores expectativas. En otra época de mi vida hubiera esperado algo más espectacular. Luego entendí que puede ser interesante detenerse en los detalles que nos rodean -a veces nos arrinconan- en el día a día. Noticias habrá cuando el planeta se detenga. No cuando lo haga el microondas. Pero eso no ha pasado todavía.

Miguel Freidenberg

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