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A mis sueños le debo una caricia

por el simple hecho de dibujarte

en sus paredes y dejarme observarte

desde el techo. Un agradecimiento

al menos, después de todo es el único

sitio donde aún te veo.

De nuevo te encontré en el pasillo

divagando, perdido en la multitud

que tan solo te miraba de reojo

mientras que yo movía cielo, tierra

o mar en búsqueda de un abrazo

que durará más tiempo antes de que

Morfeo me devuelva a mi infierno.

Ya son incontables las veces que

te pienso y me da pena decir que son

más de las que hoy te cuento, quizás mañana

sumen tres más, cuatro o cinco del mismo

tamaño y en el mismo lugar.

Mis párpados están rogando por verse abiertos,

encontrando la luz del día, sin embargo no sueltan

la emoción al dormir ya que — y repito sin pena: es

el único momento en el cual la velada para ellos es más

próspera.

Carta tras carta voy depositando, no me importa si

el orden se desgasta o mis palabras viajan en

aviones de papel manchados en tinta, todavía

te espero con la mesa lista y una taza de té

que ansia con demasiada alegría que vuelvas

a decirme: el amor de tu vida.

(y sé que lo soy, orgullosa me siento

al recordar que tengo aquel puesto

tan ansiado por cualquiera que haya

notado el latir de tu pecho; por favor

cuando estés en mi puerta no dudes en

repetirlo, que encantada estaría de

decirte que tu eres el mío.)

𝖺 𝗆𝗂 𝗊𝗎𝖾𝗋𝗂𝖽𝖺 𝗅𝗎𝗇𝖺.

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