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El viejo que sabe del diablo.

A mis suficientes años, no soy ni estoy ya para agradar, soy y estoy para agradarme, y si agrado, de virgen madre.

No acudo a todas partes por aquello de que a todas partes va el Vicente; acudo a mí y a lo que de veras me interesa y/o apetece.

Dejo volar al cuervo, al gorrión, a la paloma y a la libélula, cada quien según sus alas. Nada de nudos nada de jaulas.

La noche en vela ya es para mirar estrellas, soñar despierto, recrearme en los mundos que me invento.

No espero a la vida, la vivo. Con calma, eso sí, olvidada la prisa que nunca me llevó a nada.

Viejo sí, no hay más remedio, pero, en la modestia que me permito, un sabio viejo.

Consejos:

"Deberías mantener un perfil bajo". Me dijo un renacuajo: "No des tu opinión. Ni siquiera en tus rincones, pues son públicos y visitados".

O sea, que deje de existir para el mundo. Concluí.

"Algo así". Corroboró el proyecto de batracio.

¿Y seré más feliz? Pregunté.

"Eso no lo sé, pero no molestarás al resto". Respondió.

Y ese debe ser el problema: lo que uno molesta.

Fortaleza.

A cal y canto me aíslo del imbécil, del paisano que lo sabe todo, que solo se escucha a sí mismo, que no atiende a propuestas ajenas salvo para maldecirlas; que no tiene aportes propios más allá de obviedades y sandeces. Voces de cántaro sin agua.

En mi alma, cada vez, más puertas están cerradas.

Pero abro las ventanas.

Me agrada el leve frescor de estas mañanas. Oasis prefacio de la abrasadora jornada.

Abro de par en par al amigo que siempre lo fue, que, aún ausente, nunca se ha perdido.

Rendijas para degustar el aroma de las flores. Resquicios por donde contemplar el verde de las hojas y el rojo de los ocasos.

Hay huecos suficientes para lo amable de las sonrisas sinceras.

Aprendo a usar los cerrojos.

Murallas con troneras protegen mi alma.

Y así, amanecer al mundo, a la vida, -y sobre todo gracias a dos-, se me hace soportable.

Dolbach.