desde las tinieblas avanzaba él, un vampiro condenado a vagar por la eternidad, llevando en su pecho un corazón que nunca dejó de arder por un solo nombre. no buscaba sangre, aunque la necesitara, sino la presencia de aquella alma que había marcado su destino siglos atrás.
su andar era un susurro en la noche, un murmullo entre sombras. había visto imperios caer, ciudades arder y amaneceres morir tras montañas que jamás podría volver a contemplar. sin embargo, nada lo detenía: seguía el eco de una mirada, el perfume de un recuerdo que lo perseguía como una herida abierta.
para él, esa persona era más que mortalidad, más que carne y hueso; era la chispa que justificaba la condena de la inmortalidad. y mientras la oscuridad lo envolvía, su deseo permanecía inquebrantable: hallarla, mirarla una vez más, aun si debía arrastrar su maldición hasta el fin de los tiempos.
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