una cierva gris cemento,
flor de león,
que deshierba el viento,
del río seco,
se sirve de alimento.
de día en día,
de tus aguas reclama el eco.
agacha su hocico,
reprocha el hueco.
más sedienta que ninguna,
exhala un hedor que abruma.
de entre las varices de la erosión,
es, la añoranza del daño, la que rezuma.
atestiguándola me estremezco, y digo:
¿por qué, tan árida, niegas retirarte?
¿adónde diriges tu cuello tendido?
si ya no puede tomarte,
si ya te hubo sorbido.
a sabiendas de que eres aire,
aún evaporado,
esta cierva, con espigadas rumiaciones,
no te suelta
y se arma.
aún malnombrado,
la cérvida, y sus tempestuosas voluntades,
sí te importan
y te alarman.
es tan devocional, es tan sombría
y no matará su sed
y no renunciará aún
la verás desplomada sobre el surco baldío
sobre el que la dejaste caer.
sobre el que, de día en día, se deja caer aún.
¿hasta cuándo perpetuarás tus litigios?
¿también hoy arrojarás tu dolor?
son su alimento los vestigios del desamor.
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