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El ratón en invierno.

Vagabundo que en lo ajeno del oraje se tumba a la sombra del álamo que en la vereda del rio crece sus ramas. Bohemio que pasa las noches en el sur de las paredes, donde el fresco es más amable. Trotamundos que camina con pasos calmados cuando el sol recién sale y cuando está cerca de acostarse. Giróvago que cuando muere ya el otoño, que este año fue suave, percibe el norte que llega para quedarse.

El apátrida sabe que lo que viene, viene sin remedio y es inútil lamentarlo. Busca el mendigo, entonces, trashumancia de provecho. Baja la cuesta del mapa a un ritmo más ligero, no le pille una nevada sin buen lugar a cubierto.

Las noches, ya de tan largas, se le notan en los huesos. Y sabe que va a llover, por la reuma y eso.

Se tapa el trashumante con sus andrajos, con cartones y una manta de esas tiesas de las mulas. Marrón a cuadros. Y él sabe que las suaves, dobladas en los armarios, sobran ya en las casas calentadas con calderas y radiadores. Duerme sin descalzarse.

Cada mañana, el callejero, cuando ya se atreve a destaparse, con el frio que no le abandona hasta pasada la del ángelus si es que es día de sol y no de nubes y mal viento, busca como matar el hambre. Pide a quien pasa o busca en donde tiran los que tienen de sobra. Siempre queda donde hay mucho. Y sigue adelante.

Busca el gallofero otro acomodo a la caída de la tarde. Quizás en la noche que llega no apriete tanto el relente, aunque mala pinta tiene.

Y lejos de allí: "Los asuntos de esta vida nunca son perfectos". Dice el rey al ver vacía su copa.

Dolbach.