...
La piel por dentro.
Por debajo de las mesas hay caricias que se ocultan a las miradas. Tras las paredes suceden infinitos los secretos. Enterradas las raíces entre mugres y gusanos sostienen al bello árbol que vemos.
Hasta el Muro de los lamentos tiene dos caras.
La Luna.
No vamos a ser nosotros menos.
°Perdonar no es en mí un acto que pueda forzar pues si nace ya está hecho y si no nace no hay nada que hacer°.
Las sandalias del pecador.
Ya no se ven prelados con abarcas. Calzan los mitrados y asotanados, zapatos de más enjundia; que las chanclas no son propias para pisar la casa de Dios.
Y el Papa, rojos mocasines, que brillan como charol.
En la Iglesia debe haber mucho barro... no se entra mal calzado ni, mucho menos, descalzo.
Biblioteca infinita.
La novela que escribiría la hormiga. La historia que imaginaría el buitre. La poesía que susurraría un gorrión en busca de la atención de una gorriona.
Hay libros que nunca serán, y es una pena.
Lo que vives cada día, aderezado con los sueños de dormido y de vigilia, tanto vale como vale lo que lees de los otros. Tanto como eso que te cuenta, cuento es, la vecina en el rellano, el compañero de trabajo.
Todo lo escrito es nada comparado con todo lo que se podría escribir.
... qué curioso que esto es, que todos los niños en Francia...
No hace mucho me soñé en el paraíso. Y allí estaba.
Todo satisfecho. Todo cumplido.
¿Qué soñar en ese sueño?
¿Qué destino?
¿Qué desatino?
Allí, todo precioso, todo Divino.
¿Y?
La eternidad es un tiempo demasiado largo para no tener nada que objetar, nada que pretender, nada que falte, que sobre.
Ese TODO se me antoja una eterna NADA.
Así, o ahora o nunca.
Y nunca, es demasiado tiempo.
(Y todo esto sin desayunar).
¡Ay, inexistente!
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